En diversos foros del país y el extranjero he defendido la necesidad de fortalecer la Democracia mediante diversas enmiendas constitucionales: la vuelta al sistema bicameral, el financiamiento de partidos, la posibilidad de renunciar al mandato parlamentario, la renovación de congresistas por porcentajes, entre otras. De ellas, las dos primeras son completamente impopulares debido a las circunstancias casi estructurales que atraviesa el país. Pero paradójicamente son completamente necesarias para mejorar la calidad de nuestra política. La Política importa, lo dicen los principales organismos internacionales y lo clama la realidad. Se requiere de calidad en la Política para conducir al país. Pero la Política cae en este círculo vicioso de negarse a la posibilidad de mejorar por exigencias irreflexivas de la ciudadanía, exigencias perniciosas como por ejemplo mantener la unicameralidad y negarse a la financiación de los partidos cuestiones que debilitan terriblemente a la Democracia. Este ejercicio irreflexivo se registra en las encuestas y de ella se aprovechan los políticos demagogos que apelan a los sentimientos pasionales de la ciudadanía para lograr sus objetivos. Los demagogos que defienden a la unicameralidad, apelando a las encuestas, son los mismos que se rasgan las vestiduras y llaman demagogos a otros por apelar también a las encuestas para conquistar la pena de muerte. Estos señores, de ética voluble -según la circunstancia-, no tienen por tanto autoridad moral ni política para librar esta batalla, pues lo único que buscan es proteger sus pequeñas parcelas de influencia y poder. Estos cultivadores de la demagogia, que son también expertos cabilderos, saben que la gestión de intereses se enseñorea en un parlamento unicameral, de allí la necesidad de mantenerlo. Nunca, como a partir de 1992, el Parlamento nacional ha sido bocado fácil de los poderes fácticos, los intereses económicos, las fuerzas lindantes con la delincuencia o los cálculos políticos. De este tipo de acciones están llenas hasta el hartazgo las crónicas periodísticas.
Pero no sólo apelan a la demagogia sino también, y con afán, a la mentira. Haciendo gala de una conciencia inescrupulosa mienten diciendo que la bicameralidad costará más, cuando saben que en los tiempos en que esta funcionaba tenía un presupuesto mucho menor del que por ejemplo gozaba la unicameralidad fujimorista que alguno de ellos aprovecharon con fruición.
La demagogia y la mentira se han unido para proteger a la unicameralidad, de allí la necesidad imperiosa de salir en defensa de la correcta información al pueblo.
Es importante volver a la bicameralidad. Y en ese sentido es necesario dar una batalla para convencer al pueblo. Los escándalos que se ven en los últimos 15 años en el Congreso son no sólo mayores en magnitud sino en tipologías. Ya no hablamos de simples peleas en el hemiciclo que se dan hasta en el parlamento francés. Ahora hablamos de corruptelas, leyes que benefician a procesados, proyectos que se cocinan entre bambalinas y malos políticos que se inclinan ante el cada vez más poderoso lobby.
Sí, es el momento de debatir el eventual retorno a la bicameralidad, a las dos cámaras, al Senado y Diputados. Sí también es el momento de llevar el debate, la ilustración, a las universidades y a los foros, para educar a la ciudadanía. Sí es el momento de desenmascarar a aquellos políticos que defienden tan sólo sus intereses particulares y a quiénes poco importa el destino del país.
política Juan Sheput