(El cadáver del asesino de Gaitán es arrastrado por la muchedumbre a lo largo de la carrera séptima hacia el Palacio Presidencial)
En varias oportunidades me he detenido frente a la oficina que fuera de Gaitán, allí en la Carrera Séptima, a leer las múltiples placas recordatorias y de homenaje al caudillo. Y también son varias las veces en que, en ese hermoso Museo Nacional que antes fuera cárcel y que ilumina el centro de Bogotá, me he dedicado a escuchar la voz grabada de Gaitán.
Es imposible, siendo político y estudiando en Bogotá, no acercarse a la historia de Jorge Eliecer Gaitán. La misma está llena de profundidades sociales, de intereses nacionales, de cultura y afán por servir a los demás.
La cultura, cuando va de la mano de la política, es una sociedad muy potente que abre puertas y mentes, en el camino del poder.
Pero también genera envidia. Envidia y enemigos. A mayor nivel, mayor nivel de los enemigos, los cuáles ante la desesperación optan muchas veces por eliminar.
El 9 de abril se cumplen 60 años del asesinato de Gaitán. El Tiempo de Bogotá, ante la cercanía de la fecha en la cual fue asesinado Jorge Eliecer Gaitán ha sacado sendos reportajes. Los mismos acompañan un fin de semana dedicado al caudillo. El domingo a las 8 pm. National Geographic difundirá "El Bogotazo" documental sobre la vida y muerte de Gaitán.
En tanto leamos lo que nos dice este estupendo reportaje del diario El Tiempo:
Mataron a Gaitán
El cadáver del asesino de Gaitán es arrastrado por la muchedumbre a lo largo de la carrera séptima hacia el Palacio Presidencial.
¡Mataron a Gaitán! En boca de todos. Tres palabras. Tres palabras repetidas. Seis. Nueve. Más. Tres palabras en muchas voces. Voces de rabia, de dolor, de rencor, de desolación. Voces con lágrimas, angustia, miedo, inseguridad. Voces de incertidumbre, de alivio, de alegría. Tres palabras; muchas emociones. ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!
En la tarde del 9 de abril de 1948, esas tres palabras fueron una afirmación para muchos, un dolor, una expresión espontánea con la cual buscaban con desespero llegarles a otros, tocarlos, decirles que ¡Mataron a Gaitán!, que esa muerte la sentían todos, que era de todos, que era contra todos, tres palabras que salían sin pensarlas de los pulmones para no sentir a solas esa agonía, para convertirse en algo grande, colectivo, una multitud.
¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Tres palabras. Una acusación. (¡Ellos!) (¡Ellos!) ¡Mataron a Gaitán! Lo sabían. No era una equivocación. No, no era un accidente. No ocurrió al azar. Fueron ellos. ¡Ellos! No dudaron. No tenían por qué dudar. Algo tan grande, trágico, histórico, fue concebido, organizado, planeado, meticulosamente, por personas importantes, por los que detentaban el poder, por los que tenían los medios de hacerlo, por los de arriba, los que lo odiaban, sus enemigos, nuestros enemigos.
¡Mataron a Gaitán! (¡Ellos!) (¡Ellos!) Esa verdad la vivían por dentro. Les pertenecía. Era suya, subjetiva. Ese día, miles de colombianos actuaron convencidos de que sabían la verdad. Al volcarse contra la casa del caudillo conservador y contra el periódico conservador, contra los edificios públicos, contra el Ministerio de Justicia, contra el Arzobispado, ellos convirtieron su verdad subjetiva en una realidad histórica.
¿Tenían razón? ¿Fueron ellos? No lo sabemos. Es probable que no fueran ellos. Pero no lo sabemos. Es posible que fueran algunos mandos medios y no los de arriba los que azuzaron a Juan Roa Sierra para que se parara con el Smith y Wesson calibre 32 en el bolsillo, sobre el andén de la séptima, al lado de la oficina del caudillo, para esperarlo salir a la una de la tarde a almorzar. Pero no lo sabemos. Saber más es importante para la historia del país. No lo es tanto para la historia relatada en este libro.
¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! fue un acontecimiento que cogió a todos por sorpresa ¿quizá a todos menos a unos pocos¿ y, sin estar seguros de los hechos, actuaron como si lo estuvieran. Por dentro se llenaron de una verdad histórica. Esa verdad subjetiva fue la que me llevó a escribir este libro. Los hechos del 9 de abril, especialmente en Bogotá, son ampliamente conocidos.
Mi intención no era descubrir algo que resultara completamente novedoso sobre lo acaecido en esa fatídica tarde. Sí quise rescatar para la historia a los miles de individuos que se convirtieron, en un instante, en un vendaval enloquecido y destructor. Mi intención no era defender a esa multitud, ni mucho menos celebrarla. Ése habría sido un esfuerzo moralista y político con el que la multitud 'nueveabrileña' habría quedado simplificada, convertida en víctima o en héroe de la historia.
Quise entenderla. Intenté escribir su historia de tal manera que, ojalá, algunos, o hasta muchos, de los que se sofocaron en esa rabia colectiva, se hubieran entendido meses y años después, recordando lo que habían hecho, justificándose un poco, reviviendo el dolor, la rabia, la borrachera, los robos, la destrucción, y recordando todo con una gran tristeza, seguramente con algo de remordimiento, sintiendo esa nostalgia no por esa tarde, sino por los días que se le anticiparon, los días con Gaitán, días en que se sentían acompañados, dirigidos, amparados. Quise escribir desde las emociones que eran de ellos, desde adentro, desde abajo. Ciertamente, esto es una imposibilidad, pero espero haberme aproximado a esa multitud, a esa humanidad enfurecida. Quise entender tres palabras.
¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Quise entender a esa multitud que la sociedad colombiana, desde la derecha hasta la izquierda, condenó. Yquise hacerlo sin condenar a esa sociedad, la mía. ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Esas palabras me llevaron a Gaitán, a esos días anteriores en que los que gritaban su muerte se habían sentido acompañados, dirigidos y amparados por él. Sin llegar a entender la intimidad pública que ellos sintieron en vida por el caudillo liberal, no iba a lograr comprender las emociones con que ellos llenaban esas palabras.
¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Jorge Eliécer Gaitán no me interesaba mucho. Pensaba que lo entendía, que en él no había mayor misterio que descubrir. Poco a poco, imaginándomelo desde abajo, desde los ojos de sus seguidores, fui descubriendo a un hombre que me sorprendió. Gaitán no era el fascista, el socialista, el populista, el revolucionario, el resentido, el demagogo.
Era un hombre fuerte y débil, seguro e inseguro, un idealista, un civilista que creía en las leyes del país, un hombre que valoraba la propiedad privada y temía el poder desestabilizador de los grandes conglomerados, de las fortunas ilimitadas, de lo que hoy en día llamaríamos la privatización de la economía y de la sociedad.
Gaitán era un hombre organizado, disciplinado, trabajador y ordenado, un hombre que buscaba el orden social. Y era más que eso, mucho más. Gaitán humano. ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Jorge Eliécer Gaitán era un político didáctico.
En muchos de sus discursos intentaba enseñarles a sus seguidores, al pueblo que lo oía, cómo era que desde adentro funcionaba el bipartidismo, cuáles eran sus ideales y cuáles sus deficiencias. Con Gaitán a mi lado empecé a indagar de nuevo sobre la vida pública de los jefes del tradicional sistema político. Quedé fascinado. Gaitán admiraba a esos jefes y a esa política, y fue también su crítico más acérrimo. Su ambivalencia me llevó más allá del simple rechazo al sistema, sentimiento que albergábamos los académicos en los sesenta y setenta.
Los jefes políticos resultaron ser unos hombres orgullosos pues estaban convencidos de que habían logrado mantener el país en paz desde la Guerra de los Mil Días (1899-1902). Se sentían responsables de la concordia, de lo que ellos llamaban la convivencia. Intenté entenderlos tal como lo hacía con Gaitán y con la multitud del 9 de abril, desde adentro, aproximándome al entendimiento que tenían de sí mismos. A estos hombres los llamé 'convivialistas'.
Hubiera querido que se sintieran reflejados en estas páginas. ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Son palabras de ellos, de los convivialistas. Palabras en boca de todos. Palabras de miedo, asombro, incertidumbre, tristeza, alivio, alegría.
¿Alegría? No lo sé. Pero algunos odiaban tanto a Gaitán que no podemos esperar que no los embargara esa emoción. La historia es de todos. Espero que el lector logre acercarse al alivio, si no a la alegría, que entonces sintieron algunos colombianos. Y otros que lo odiaban no eran de los de arriba. No era simplemente cuestión de clase o de jerarquía. Entre el pueblo había muchos que lo querían ver muerto. "Ese negro malparido hijueputa se la buscó", me dijo alguno. No lo incluí en el libro. No sé por qué. Me lo dijo en una larga conversación después de que nos habíamos tomado más de un aguardiente. Lo incluyo ahora.
POR HERBERT BRAUN
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