jueves, 17 de abril de 2008

Congreso Mundial de Educación

Gracias a mi amigo Hugo Neira, pude conocer a Ramón Tamames, célebre intelectual español, durante una de sus visitas a Lima. Ramón, economista sofisticado, es una persona muy culta, enciclopédica, gran lector. Con la seguridad que les va a gustar he posteado un artículo suyo, aparecido en Estrella Digital, respecto al Congreso Mundial de Educación y Capital Humano, conceptos que aún son difusos en nuestro país:

CONGRESO MUNDIAL DE EDUCACIÓN

Hoy jueves 17 de abril se celebra en Valencia el Congreso Mundial de Educación, convocado por la Confederación Europea de Colegios Privados (CADEICE) y la Asociación Española de Centros Autónomos de Enseñanza privada (ACADE), con una apertura de la misma a cargo de Jesús Núñez Velázquez, Presidente de CADEICE y ACADE, cuyo discurso inaugural hemos conocido, y del cual queríamos destacar la idea de que la educación permite formar el capital humano que, junto con el capital real, posibilita el aumento de la productividad. Al tiempo, lógicamente, hay otros efectos tan importantes o más que los señalados: mayor cultura, más libertad, mejor defensa de los derechos, y también cumplimiento más adecuado de las obligaciones y amplia comprensión de las necesidades sociales. Estando, pues, fuera de toda duda que la política de educación requiere una atención prioritaria. Respecto a lo cual, es necesaria la referencia a dos Premios Nobel de Economía: Robert Solow y Theodor W. Schultz.
Fue Solow, en 1957, siguiendo las pautas de Schumpeter, quien apreció que los cambios tecnológicos son el verdadero motor del crecimiento. Hasta el punto de dar más relevancia a la tecnología que a la disponibilidad de los tradicionales recursos de tierra, capital y trabajo, procedente la tecnología de la ciencia, y su difusión del I+D+i que decimos hoy. En tanto que Schultz (1971) se fijó en la “milagrosa recuperación económica de Alemania” después de la Segunda Guerra Mundial, tras haber sido bombardeadas sus fábricas, arrasadas sus ciudades, desmanteladas sus infraestructuras, y talados sus bosques. Pero pesar de todo eso y mucho más, la recuperación económica se hizo esperar bien poco. Y sin olvidar lo mucho que significó la ayuda del Plan Marshall, como política de cebar la bomba, la resurrección del país no se logró por arte de magia, ni por un milagro como se simbolizó por entonces.

Lo más importante en ese resurgir extremo estuvo en que las capacidades de los propios alemanes que sobrevivieron los embates de la guerra se mantuvieron incólumes: eso era el capital humano, en forma de aptitudes de la gente para el trabajo de la reconstrucción. Siendo que para Schultz era “humano, porque estaba incorporado al hombre en todo momento”; y era “capital, porque constituía una fuente de ganancias, de satisfacciones, o de ambas cosas a la vez”. Y lo más importante, ¿de dónde procedía ese capital humano?: de un sistema educativo de gran nivel, establecido básicamente por Bismarck en el siglo XIX, cuyas excelencias cantó Marx Weber, y que ni siquiera la ideología nazi pudo deteriorar.

Aun con tales antecedentes y otros casos que podríamos ver, creo que no se insistirá lo suficiente en subrayar que la educación es el principal factor de formación de capital humano. Y en esa dirección, no cabe ignorar el descuido de los grandes valores de la educación, cuya enunciación aristotélica-nicomaquea sigue siendo válida 2.300 años después. Fueron los principios que el Estagirita inculcó al hijo de Filipo de Macedonia, que con el tiempo sería Alejandro Magno. ¿Y cuales eran, y son, esos principios?:


Valentía, que no cabe confundir con temeridad, y que sirve para exigir conforme a justicia, propiciándose de ese modo, en términos de hoy, los derechos humanos.


Liberalidad, la mejor manera de dar y recibir riqueza, en el punto justo, entre la prodigalidad manirrota y la avaricia insolidaria.


Magnificencia, como determinación para realizar proyectos ambiciosos que de verdad merezcan la pena.


Magnanimidad, equivalente a la grandeza y la elevación de ánimo, buscando por igual la solidaridad y lo que en lenguaje actual equivale a la excelencia.


Ambición, o legítimo deseo de recibir honores sin exceso ni defecto. Pero sí conforme a la justa aspiración a verse compensado por los servicios rendidos a la sociedad.


Sinceridad, como valor intermedio entre la jactancia y la ironía, que hace posible diferenciar a los hombres sinceros de los falsos.
Esos principios, a efectos de educación, hay que relacionarlos con una referencia al patriotismo, en el sentido de que si se quiere que funcionen muchas cosas dentro del sistema del Estado, todo resulta más fácil si hay un consenso sobre unos principios de la Nación y de las responsabilidades dentro de ella. En esa dirección, las discusiones pueden resultar inacabables, pero tal como se ha puesto de relieve en España, el criterio de Habermas sobre el llamado patriotismo constitucional, puede tener un gran predicamento. En la idea de que lo expresado en la Carta Magna, permite aunar actitudes que en otro caso nunca estarían en condiciones de converger si se atienden sólo las aspiraciones y los intereses de grupos y clases. Al modo del Almirante Nelson, antes de la batalla de Trafalgar, con el mensaje que transmitió a toda su marinería: “Inglaterra espera que todos cumpláis con vuestro deber”.

En el mismo área de inquietudes, y pensando sobre todo en la juventud, creo que debemos ayudarla en una serie de cuestiones que me permito incluir a continuación:

La aventura de la vida. Se trata de contar con un sentido de la propia existencia, y de apreciar que sólo se vive una vez. Y al respecto yo tengo entre mis paradigmas la novela de Herman Hesse “Narciso y Goldmundo”, en cuyas páginas prevalece el ansia de buscar el conocimiento de nuevas gentes, y transitar por paisajes variados y hasta entonces ignotos.

El sentido de la Historia. Hoy tan desmerecidamente relegada en nuestros estudios y conocimientos, pudiendo citarse por su ejemplaridad a Arnold Toynbee. Por su visión de los hechos históricos como “la mejor enseñanza para la vida”. Al modo del dios Jano, que contempla el pasado para percibir el futuro más distante y recordando que un pueblo que no conoce su historia puede estar condenado a la colonización cultural y tecnológica.
El interés por la ciencia, subrayando, como decía Richard Feynman, que la ciencia no es otra cosa que el estudio de cómo funciona la naturaleza que nos rodea. Como magistralmente nos explicó al darnos a entender que ciencia es la fotosíntesis, o la función de las proteínas. Y ya en nuestro tiempo, agregaríamos cuestiones como el genoma o el cambio climático.
Debiendo recordarse, por último, algunas etimologías: la de “adolescentes”, los que están creciendo, y la de “educación”, como conducción para salir de la ignorancia. Con base en todo lo cual, me atrevo a proponer mi propio concepto de juventud: todos los que ven la vida por delante como una aventura, estando dispuestos a emplearla del modo más creativo; recordando siempre que cada uno es, cuando menos en gran medida, forjador de su propia suerte.

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