domingo, 13 de enero de 2008

La "madre" chilena de Abimael

En mi lectura de la prensa chilena por Internet, en búsqueda de información respecto a nuestro litigio marítimo me he encontrado con una tierna nota sobre la "madre chilena" de Abimael Guzmán, líder del grupo terrorista Sendero Luminoso.
La nota, muy bien escrita, es del diario El Mercurio de Chile y narra la relación entre el niño Abimael y una de las esposas de su padre. La nota transmite una ternura que Abimael no supo aquilatar. Sabemos lo que hizo y en lo que ha terminado. La nota del diario El Mercurio es la siguiente:

La mamá chilena de Abimael Guzmán
Camila Infanta y Moisés Ávila
El pabellón San Benito C es uno de los más nuevos del cementerio general de Arequipa, Perú. La "Apacheta", se llama, que en quechua quiere decir "lugar de muertos". La mayoría de sus nichos está adornado, limpio y con flores. Pero en el 570 de la fila 4 sólo se ven dos floreros vacíos, no hay lápida y el nombre de la mujer que descansa allí está escrito sobre la placa de cemento que lo cubre. Hace mucho que nadie lo visita. El mayor de sus hijos murió, los otros viven lejos y, aquel que la adoró como a una madre, purga condena en una cárcel de máxima seguridad de Lima.
Abimael Guzmán Reynoso, cabecilla del Sendero Luminoso -grupo terrorista más sanguinario de Perú- adoró a una mujer que le dio aquel cariño que su verdadera progenitora le negó.
Laura Jorquera se llamaba, una chilena nacida en Talca, que cruzó la frontera desde muy pequeña y que, más tarde, casada, abrió las puertas de su casa, atendió y hasta enseñó a bailar tango a un hijo que no era suyo, pero que trató como tal. Para desgracia de ella y de Perú, este muchacho, bien criado, alumno ejemplar y buen hermano, se convirtió en el hombre que sembraría el terror y la muerte por casi dos décadas en el país del norte.
Laura nació el 13 de julio de 1920. Sus padres fueron el español Enrique Jorquera y la costurera chilena Luzmila Gómez, quien quedó viuda pronto y se casó con un minero natural de Perú. Estuvieron en Tarapacá hasta fines de esa década y, con la expulsión de todos los peruanos del territorio al ponerse fin a la Guerra del Pacífico, debieron abandonar el país.
Se instalaron en Arequipa. A los 16 años, Laura conoció a Abimael Guzmán padre, administrador de haciendas, con quien se casó y tuvo cuatro descendientes. Poco después se enteraría de que su marido había sido prolífico. Más hijos aparecieron y ella, lejos de rechazarlos, les ofreció un hogar. Así llegó Manuel Rubén Abimael, quien había sido abandonado por su madre biológica.
Una madre para todos
Laura quiso y regaloneó todo lo que pudo a Abimael hijo. Le compró un telescopio y le regaló su primer abrazo en la Navidad de 1945, el año en que llegó a vivir con ella. En su casa siempre hubo instrumentos musicales, partituras y hasta la colección completa del Tesoro de la Juventud. La buena posición económica del padre permitía esos gustos.
A pesar de los ingresos del jefe de familia, los Guzmán Jorquera jamás fueron de la aristocracia.
Saber que Abimael era buscado por la policía fue un gran golpe para Laura. Al principio no lo quiso creer. Luego pensó que todo era una invención de los medios de comunicación. Finalmente, y cuando las pruebas eran irrefutables, creyó que estaba viviendo una pesadilla. Como era una mujer completamente reservada, vivió su pena en silencio.
Por la televisión Laura Jorquera pudo ver a su "hijo" con traje a rayas y tras las rejas, como si se tratara de alguna fiera salvaje en un circo. Eso fue en septiembre de 1992. Aguantó poco la tristeza. El 18 de abril de 1996, murió.
Durante la época en la que el líder del Sendero Luminoso era intensamente buscado, según Laura, éste nunca la olvidó. En cada cumpleaños, siempre hubo una llamada telefónica sin que se oyera a nadie del otro lado.
Laura Jorquera estaba segura de que era su "hijo". Sabía que Abimael no podía hablar. De lo contrario, la policía hubiera caído en su casa en cinco minutos. Su comunicación era el silencio. La mejor manera, tal vez, para una mujer que se acostumbró a callar.