Felicitamos a la dirección de la revista IDEELE el haber contratado a Juan Carlos Tafur como colaborador permanente. Con Juan Carlos se pueden tener muchas diferencias pero todas son resueltas con talante, lealtad y respeto total por la libertad de expresión.
Correo en manos de Juan Carlos Tafur fue todo un fenómeno. Su peso político era similar al de un programa de televisión en horario estelar. Por ello es, era, una lástima no poder leer los resultados de su pluma.
Hoy gracias al blog Pepitaspuntocom nos enteramos de la nueva casa editorial de Juan Carlos. Nos hemos tomado la licencia de reproducir su artículo que tiene a bien reproducir pepitas. Lo hacemos porque, en un momento en que los periodistas en su mayoría o son cómplices, o consultores gubernamentales o han optado por el silencio, se impone una voz crítica como la de Juan Carlos Tafur.
A continuación el último artículo de Juan Carlos Tafur aparecido en la revista Ideele:
Después de Alan: ¿primero Fujimori y ahora Humala?
Juan Carlos Tafur
Revista Ideele
Ollanta Humala fue el tema predominante en la conversación de casi dos horas que sostuvieron recientemente en Palacio de Gobierno, el presidente Alan García y su otrora encarnizado enemigo, el escritor Mario Vargas Llosa.
Según ha trascendido, el Primer Mandatario le expresó nerviosamente su preocupación por lo que considera una posición expectante del líder nacionalista en las encuestas reservadas que manda a elaborar el propio gobierno. “Está en 34% a nivel nacional y en el sur es imbatible. No sé qué hacer para derrotarlo. El Perú se está partiendo”, le dijo –cabe señalar que la cita no es textual- García a MVLl.
Que el tema preocupe a muchos no es algo que sorprenda. Es lógico que así sea. Mal que bien, el Perú se está encaminando a una pendiente de crecimiento gracias al parcial modelo de mercado que aplica desde hace más de una década y es más que evidente que si Humala llegase al poder el 2011 todo ello se irá al garete.
Lo que sí produce cierto desasosiego es que el líder del partido político más importante del país, con reiterada experiencia gubernativa y de procedencia ideológica cercana a los predios por los que hoy deambula con sus inevitables levedades Ollanta Humala, no sepa qué hacer. Y de ese pasmo también parecen ser víctimas los empresarios, políticos y personajes mediáticos que acompañan acríticamente al régimen.
La trampa del crecimiento
¿Por qué ocurre eso si el país está creciendo como nunca y ello ya viene beneficiando a sectores sociales medios y bajos? “Nunca hemos estado mejor que ahora en materia económica, no hay violencia social, el futuro nos sonríe. ¿A qué se debe este rechazo social?”, se comenta reiteradamente en las sobremesas empresariales y políticas.
La extendida ligereza de la derecha mediática les trata de proporcionar argumentos. El pueblo es ignorante, tarado, analfabeto funcional, etc., etc. Buena parte de de las cúpulas del poder fáctico las acogen desesperados tratando de hallar alguna respuesta a sus angustias (felizmente, sin embargo, hay algunos que se resisten a la brutal primarización del discurso ideológico que a diario perpetran algunos medios de comunicación que sirven de parapeto a un gobierno al que se han entregado con sospechosa diligencia).
Bastaría que se revisara un poco la historia para saber a qué problema nos enfrentamos. En la historia de Occidente, casi todas, si no todas las revoluciones o revueltas contra el sistema capitalista han ocurrido no cuando éste se hallaba en alguna fase cíclica de crisis recesiva sino, por el contrario, cuando comenzaba una ola expansiva.
Cuando las economías atrasadas inician la ruta del crecimiento se produce inevitablemente una mayor desigualdad social. Es normal. Todos ganan más que antes, pero los de arriba multiplican exponencialmente sus rentas mientras que los de abajo lo hacen apenas. El chorreo les cae en ducha a los sectores altos, y por riego de goteo a los de abajo.
Esa discordancia subjetiva es tremendamente explosiva. Resulta, psicosocialmente hablando, más intolerable que el statu quo precedente. Las expectativas populares crecen geométricamente mientras que su mejoría lo hace aritméticamente. Y si a ello le sumamos que, en el caso peruano, nuestra “revolución industrial” no logra mejorar la situación de los peruanos que viven en la extrema pobreza, se podrá entender el descontento existente.
Hay, sin embargo, formas de resolver este impasse, pero el gobierno, adormecido por el cariñoso trato de la derecha social, parece creer que está haciendo todo lo que debe y puede hacer.
Se hace camino mirando
Aquellos países que transitaron por la misma situación que hoy recorre el Perú y que lograron evitar el asalto de las fuerzas reaccionarias de la izquierda populista, lo hicieron de dos formas. Mediante el atajo autoritario buena parte de ellos. Ejemplos primordiales de este sendero son la mayoría de países asiáticos, como Japón, Corea, Taiwán, Malasia, Singapur, ahora China, pero también podemos mencionar el caso chileno, el propio esquema fujimorista y algunos países de Europa oriental o hasta la propia Rusia.
Pero aquellos que han logrado hacerlo con mayor éxito, sin sacrificar las libertades democráticas y construyendo una base mucho más sólida que los ejemplos mencionados –desde Estados Unidos o Gran Bretaña, hasta los casos últimos de Nueva Zelanda, Irlanda, etc.-, han sido aquellos que frente a la tensión social debida al crecimiento explosivo y su componente inevitable de mayor desigualdad, plantearon reformas institucionales de base, de derechos de propiedad, de desregulación comercial, de modernización del Estado, de provisión de servicios básicos como educación, salud y seguridad. Proactivamente, con mucha inteligencia política, estas naciones pasaron indemnes el callejón oscuro mencionado sin sobresaltos sociales.
La pregunta es: ¿algo están haciendo García y compañía al respecto? Pues nada. Y nada es nada. El APRA está gobernando como lo hubiera hecho un buen gobierno derechista en los años 50 o 60, no como un régimen modernizador a la altura de las exigencias del siglo XXI.
El político francés Antoine Barnave, autor de Une introduction à la Révolution française, (publicada en 1843, pero escrita entre 1792 y 1793, cuando su autor se hallaba en la cárcel), quien fuera diputado en el tercer estado de los Estados Generales y, finalmente, víctima de la guillotina desaforada de la barbarie postrevolucionaria, lo dijo tratando de explicar la revolución de la que fue activo protagonista: “una nueva distribución de la riqueza exige una nueva distribución del poder”.
Dicho en los términos actuales, no es posible que el Perú siga creciendo como lo está haciendo, sembrando riqueza y modernidad en gran parte de los sectores productivos del país, una fase histórica casi inédita en nuestra vida republicana, y el poder político siga siendo el mismo ente jurásico de tiempos pasados. Una revolución capitalista –menos liberal de lo que quisiéramos, por cierto- como la que goza el Perú, no es viable si no es acompañada de un nuevo Estado, de nuevas instituciones, de sistemas políticos de inclusión social.
El cuento de Chávez
Por el contrario –por eso existe Humala, pues-, ese desfase es el caldo de cultivo perfecto para que las pulsiones conservadoras, estatistas y populistas, crezcan y alcancen el predicamento que hoy tienen. Que le vayan a otros con el cuento de que el origen del problema es el expansionismo chavista o la eventual existencia de núcleos radicales, ideológicamente retardatarios a la globalización capitalista.
Y cómplices del desastre que se avecina son quienes no cesan de adular a un gobierno que a la luz del desafío que le correspondería enfrentar, está muy lejos de merecer una nota aprobatoria. Y resulta deleznable que un partido como el APRA haya terminado creyendo que su reivindicación histórica pasa por las palmaditas en el hombro de un grupete de empresarios mercantilistas y una derecha mediática, social y clerical cuya visión del país no tiene más hondura que sus bolsillos.
Al presidente Fernando Belaunde se le clavó un sambenito lapidario: que sus dos gestiones de gobierno nos trajeron primero a Velasco Alvarado y luego a Alan García. A este paso, a éste se le podría endosar uno peor, que primero nos dejó como legado a Alberto Fujimori y, si no enmienda rápidamente el rumbo, que luego le abriría las puertas de Palacio a alguien que como Humala será, sin duda, el Atila de la incipiente modernidad conquistada estos años.
Por gentileza del blog Pepitaspuntocom.
Correo en manos de Juan Carlos Tafur fue todo un fenómeno. Su peso político era similar al de un programa de televisión en horario estelar. Por ello es, era, una lástima no poder leer los resultados de su pluma.
Hoy gracias al blog Pepitaspuntocom nos enteramos de la nueva casa editorial de Juan Carlos. Nos hemos tomado la licencia de reproducir su artículo que tiene a bien reproducir pepitas. Lo hacemos porque, en un momento en que los periodistas en su mayoría o son cómplices, o consultores gubernamentales o han optado por el silencio, se impone una voz crítica como la de Juan Carlos Tafur.
A continuación el último artículo de Juan Carlos Tafur aparecido en la revista Ideele:
Después de Alan: ¿primero Fujimori y ahora Humala?
Juan Carlos Tafur
Revista Ideele
Ollanta Humala fue el tema predominante en la conversación de casi dos horas que sostuvieron recientemente en Palacio de Gobierno, el presidente Alan García y su otrora encarnizado enemigo, el escritor Mario Vargas Llosa.
Según ha trascendido, el Primer Mandatario le expresó nerviosamente su preocupación por lo que considera una posición expectante del líder nacionalista en las encuestas reservadas que manda a elaborar el propio gobierno. “Está en 34% a nivel nacional y en el sur es imbatible. No sé qué hacer para derrotarlo. El Perú se está partiendo”, le dijo –cabe señalar que la cita no es textual- García a MVLl.
Que el tema preocupe a muchos no es algo que sorprenda. Es lógico que así sea. Mal que bien, el Perú se está encaminando a una pendiente de crecimiento gracias al parcial modelo de mercado que aplica desde hace más de una década y es más que evidente que si Humala llegase al poder el 2011 todo ello se irá al garete.
Lo que sí produce cierto desasosiego es que el líder del partido político más importante del país, con reiterada experiencia gubernativa y de procedencia ideológica cercana a los predios por los que hoy deambula con sus inevitables levedades Ollanta Humala, no sepa qué hacer. Y de ese pasmo también parecen ser víctimas los empresarios, políticos y personajes mediáticos que acompañan acríticamente al régimen.
La trampa del crecimiento
¿Por qué ocurre eso si el país está creciendo como nunca y ello ya viene beneficiando a sectores sociales medios y bajos? “Nunca hemos estado mejor que ahora en materia económica, no hay violencia social, el futuro nos sonríe. ¿A qué se debe este rechazo social?”, se comenta reiteradamente en las sobremesas empresariales y políticas.
La extendida ligereza de la derecha mediática les trata de proporcionar argumentos. El pueblo es ignorante, tarado, analfabeto funcional, etc., etc. Buena parte de de las cúpulas del poder fáctico las acogen desesperados tratando de hallar alguna respuesta a sus angustias (felizmente, sin embargo, hay algunos que se resisten a la brutal primarización del discurso ideológico que a diario perpetran algunos medios de comunicación que sirven de parapeto a un gobierno al que se han entregado con sospechosa diligencia).
Bastaría que se revisara un poco la historia para saber a qué problema nos enfrentamos. En la historia de Occidente, casi todas, si no todas las revoluciones o revueltas contra el sistema capitalista han ocurrido no cuando éste se hallaba en alguna fase cíclica de crisis recesiva sino, por el contrario, cuando comenzaba una ola expansiva.
Cuando las economías atrasadas inician la ruta del crecimiento se produce inevitablemente una mayor desigualdad social. Es normal. Todos ganan más que antes, pero los de arriba multiplican exponencialmente sus rentas mientras que los de abajo lo hacen apenas. El chorreo les cae en ducha a los sectores altos, y por riego de goteo a los de abajo.
Esa discordancia subjetiva es tremendamente explosiva. Resulta, psicosocialmente hablando, más intolerable que el statu quo precedente. Las expectativas populares crecen geométricamente mientras que su mejoría lo hace aritméticamente. Y si a ello le sumamos que, en el caso peruano, nuestra “revolución industrial” no logra mejorar la situación de los peruanos que viven en la extrema pobreza, se podrá entender el descontento existente.
Hay, sin embargo, formas de resolver este impasse, pero el gobierno, adormecido por el cariñoso trato de la derecha social, parece creer que está haciendo todo lo que debe y puede hacer.
Se hace camino mirando
Aquellos países que transitaron por la misma situación que hoy recorre el Perú y que lograron evitar el asalto de las fuerzas reaccionarias de la izquierda populista, lo hicieron de dos formas. Mediante el atajo autoritario buena parte de ellos. Ejemplos primordiales de este sendero son la mayoría de países asiáticos, como Japón, Corea, Taiwán, Malasia, Singapur, ahora China, pero también podemos mencionar el caso chileno, el propio esquema fujimorista y algunos países de Europa oriental o hasta la propia Rusia.
Pero aquellos que han logrado hacerlo con mayor éxito, sin sacrificar las libertades democráticas y construyendo una base mucho más sólida que los ejemplos mencionados –desde Estados Unidos o Gran Bretaña, hasta los casos últimos de Nueva Zelanda, Irlanda, etc.-, han sido aquellos que frente a la tensión social debida al crecimiento explosivo y su componente inevitable de mayor desigualdad, plantearon reformas institucionales de base, de derechos de propiedad, de desregulación comercial, de modernización del Estado, de provisión de servicios básicos como educación, salud y seguridad. Proactivamente, con mucha inteligencia política, estas naciones pasaron indemnes el callejón oscuro mencionado sin sobresaltos sociales.
La pregunta es: ¿algo están haciendo García y compañía al respecto? Pues nada. Y nada es nada. El APRA está gobernando como lo hubiera hecho un buen gobierno derechista en los años 50 o 60, no como un régimen modernizador a la altura de las exigencias del siglo XXI.
El político francés Antoine Barnave, autor de Une introduction à la Révolution française, (publicada en 1843, pero escrita entre 1792 y 1793, cuando su autor se hallaba en la cárcel), quien fuera diputado en el tercer estado de los Estados Generales y, finalmente, víctima de la guillotina desaforada de la barbarie postrevolucionaria, lo dijo tratando de explicar la revolución de la que fue activo protagonista: “una nueva distribución de la riqueza exige una nueva distribución del poder”.
Dicho en los términos actuales, no es posible que el Perú siga creciendo como lo está haciendo, sembrando riqueza y modernidad en gran parte de los sectores productivos del país, una fase histórica casi inédita en nuestra vida republicana, y el poder político siga siendo el mismo ente jurásico de tiempos pasados. Una revolución capitalista –menos liberal de lo que quisiéramos, por cierto- como la que goza el Perú, no es viable si no es acompañada de un nuevo Estado, de nuevas instituciones, de sistemas políticos de inclusión social.
El cuento de Chávez
Por el contrario –por eso existe Humala, pues-, ese desfase es el caldo de cultivo perfecto para que las pulsiones conservadoras, estatistas y populistas, crezcan y alcancen el predicamento que hoy tienen. Que le vayan a otros con el cuento de que el origen del problema es el expansionismo chavista o la eventual existencia de núcleos radicales, ideológicamente retardatarios a la globalización capitalista.
Y cómplices del desastre que se avecina son quienes no cesan de adular a un gobierno que a la luz del desafío que le correspondería enfrentar, está muy lejos de merecer una nota aprobatoria. Y resulta deleznable que un partido como el APRA haya terminado creyendo que su reivindicación histórica pasa por las palmaditas en el hombro de un grupete de empresarios mercantilistas y una derecha mediática, social y clerical cuya visión del país no tiene más hondura que sus bolsillos.
Al presidente Fernando Belaunde se le clavó un sambenito lapidario: que sus dos gestiones de gobierno nos trajeron primero a Velasco Alvarado y luego a Alan García. A este paso, a éste se le podría endosar uno peor, que primero nos dejó como legado a Alberto Fujimori y, si no enmienda rápidamente el rumbo, que luego le abriría las puertas de Palacio a alguien que como Humala será, sin duda, el Atila de la incipiente modernidad conquistada estos años.
Por gentileza del blog Pepitaspuntocom.
1 comentario:
Dicen por allí que a Hildebrandt lo ha vetado Alan y a Tafur un grupete de ministros encabezado por Chang y Garrido Lecca. Y también dicen por allí que desde la PCM se maneja una jugosa bolsa para periodistas repartida bajo la figura legal de servicios de imagen. Los "contratan" empresas privadas digitadas por Del Castillo. Eso explicaría la echada de casi toda la prensa y el destierro de algunos como Hildebrandt y Tafur.
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