sábado, 22 de marzo de 2008

A propósito de la ética periodística

Ahora que se ha vuelto a poner de moda los publicherris descarados como el de Caretas con el ministro José Antonio Chang o las relaciones de "cordialidad" con el gobierno que se expresa en la complicidad y complaciencia de mayorías de medios de comunicación he encontrado este artículo de Claudio Magris reproducido en el diario La Nación de Buenos Aires respecto al talante de Albert Camus y su posición de crítica y conciencia permanente del país a pesar de tener en contra todo el sistema.
"Es posible "resistirse a la atmósfera de la época", al clima político-cultural que es o parece dominante" dice Camus y al final algo más importante: la certeza de saber que no se ha mentido. Leamos esta lección aparecida en uno de los mejores periódicos de América:

Por Claudio Magris

Corriere della Sera, 2008

En un capítulo de su fulmíneo Vicino e lontano , que aferra trozos de realidad como un halcón, Alberto Cavallari, el más camusiano de los periodistas y escritores italianos, recuerda que Albert Camus afirmó que la conciencia vale más que la supervivencia. A diferencia de los demás, era capaz de "resistir a la atmósfera de la época", como dice el subtítulo del libro que Jean Daniel ha dedicado al autor francés y particularmente a su actividad periodística, Avec Camus [Con Camus]. Una pequeña obra maestra, un modelo de clásica prosa seca que uno querría llevarse en el bolsillo y conservarla como un breviario laico de libertad y resistencia.

Fundador y editorialista de Le Nouvel Observateur , Jean Daniel es un testimonio excepcional de las últimas décadas de historia y vida de esa cultura francesa que fue la conciencia de Europa. No por casualidad estuvo muy próximo a Camus, quien se entregó a la actividad periodística con la misma integridad extrema y absoluta con que escribió El extranjero o La peste .

La grandeza de Camus consiste en haber unido una ética inflexible a una inagotable capacidad de felicidad, y vivir la vida como un baile popular o un día de sol en el mar, aunque sin dejar de enfrentar su carácter trágico, rechazando cualquier moral que intentase reprimir la alegría y el deseo. Camus tiene un respeto sagrado y religioso por la existencia, que le impide cualquier trascendencia metafísica o política que pretenda sacrificarla en nombre de fines superiores. Ningún fin justifica medios delictivos, que pervierten los fines más nobles, como ocurre con las rebeliones ( El hombre rebelde) que traicionan una revolución; ningún amor por las víctimas -que Camus siempre defendió en contra de los verdugos- autoriza (ni autoriza a sus defensores) a convertirse a su vez en verdugos.

Camus vivió a fondo el nihilismo y el absurdo, combatiéndolos sin ninguna ilusión de alcanzar la verdad ni de encontrar sentido ni valores inflexibles de la vida; aunque Dios no existiera, no por eso todo estaría permitido, dice oponiéndose a su amadísimo Dostoievski. Este humanismo radical no es en realidad generosamente ingenuo, porque no se engaña con ninguna inocencia posible; el héroe de La caída denuncia la mala fe de la buena conciencia (Daniel).

En la Guerra de Argelia, país donde nació, Camus luchó de manera inequívoca contra la violencia colonialista y a favor de la libertad del pueblo argelino, en contra de la represión criminal y la tortura. Pero rechazó el terrorismo, no justificado por la represión criminal de civiles inocentes, ya que también el terrorismo aniquilaba a civiles inocentes. En eso, Camus se diferenciaba de gran parte de la izquierda de ese momento, que se manifestó de manera menos lúcida y realista que él en el terreno político.

Quizás, observa Daniel, debido a sus orígenes humildes Camus no se sentía colonizador ni amo de su Argelia, y por eso entendió que Argelia, con sacrosanto derecho a la independencia política y a la libertad económica, era cultural y humanamente también suya, también francesa, porque de otra manera hubiera caído en una fiebre identitaria, fundamentalista y violenta. De manera análoga, Nadine Gordimer, en su lucha contra el apartheid en Sudáfrica, luchaba por la civilidad de una tierra que, decía, era tan suya como de los negros.

La gran disputa -y la gran alternativa- de esa época no era la planteada entre Jean-Paul Sartre, filósofo genial pero sectariamente trivial en cuanto al forzamiento de su cómoda postura ideológica, y Raymond Aron, que aun con razón, carecía de la capacidad de asumir en sí mismo el peso humano de esos errores totalitarios, muchas veces arrogantes pero nacidos de una pasión generosa. Charles De Gaulle (cuya figura se agiganta cada vez más en la historia política del último siglo) lo llamaba despectivamente "profesor de Le Figaro y periodista del Collège de France"; Aron les abrió los ojos sobre el comunismo a muchos intelectuales que vivían cómodamente en Occidente, pero también existía Camus, la verdadera alternativa a Sartre.

Releer a Camus, escribe Daniel, puede contribuir a elaborar una nueva ética del periodismo, algo que cada vez parece más urgente. Una ética que Camus, hombre de izquierda, resume en tres palabras poco familiares a gran parte de la izquierda: "Justicia, honor y felicidad". Pero sobre todo Daniel demuestra, al narrar la historia de Combat -periódico nacido en la Resistencia y más tarde dirigido por Camus-, que es realista y concretamente posible "resistirse a la atmósfera de la época", al clima político-cultural que es o parece dominante.

Camus ha demostrado cómo se le pueden dedicar unos pocos renglones a un delito sensacional sobre el que todos escriben páginas y páginas. Muchas veces, si se dice que no, no ocurre nada, como en ese viejo chiste sobre la monja joven y bonita que, cuando le preguntaron por qué era la única que no había sido violada por una banda de delincuentes que había irrumpido en el convento, respondió: "No sé... solo dije que no..."

El periodismo es un trabajo de Sísifo por excelencia. Aquellos que, como Jean Daniel, luchan por el reconocimiento de la diversidad defendiendo sobre todo lo universal, hoy tan amenazado, quizá no sepan, como Camus y todos nosotros, qué es la verdad, pero sí saben muy bien qué es la mentira y pueden repetir, junto con Camus: "No hemos mentido".

1 comentario:

Anónimo dijo...

los periodistas, para recuperar su prestigio, debieran hacer una purga de sus malos elementos