martes, 1 de abril de 2008

Fidel Castro y el Bogotazo

Impresionante. Por el talante histórico de dos figuras latinoamericanas como Fidel y Gaitán. Independientemente de nuestras ideas es innegable la tremenda trascendencia histórica de Fidel. De repente Gaitán habría llegado a esos niveles si no lo hubieran matado. El Tiempo de Bogotá nos regala un, repito, impresionante relato de Fidel Castro sobre su participación en los sucesos ocurridos en Bogotá el 9 de abril de 1948. Leámos este histórico relato:

¡Fidel Castro habla por primera vez sobre la participación que tuvo en los sucesos ocurridos en Bogotá el 9 de abril de 1948!

El relato fue grabado por Carlos Franqui, Comandante de Sierra Maestra, director de Radio Rebelde de Cuba y posteriormente del diario Revolución, de La Habana, y actualmente exiliado en Francia.

La transcripción está contenida textualmente en el libro de 'Memorias de Franqui' que acaba de aparecer en París. Los lectores la encontrarán en las páginas que siguen.

El estudiante cubano Fidel Castro Ruz, en las calles de Bogotá, el 9 de abril de 1948.

El testimonio esperado durante 28 años. El 9 de abril y yo, ¡según relato hecho a Carlos Franqui!

Lo que Bogotá fue en abril de 1948 exactamente. Yo era por aquella época una mezcla de individuo quijotesco, romántico, soñador, con bastante poca cultura política, un gran deseo de saber y una gran sed de acción. Si de una manera perfectamente consciente no comprendía todavía contra qué grande enemigos iba a luchar, empezaba realmente a avizorarlos. Había en mí algunas mezclas de sueños martianos, bolivarianos y de socialista utópico.

Por aquella época me resultaba muy difícil explicarme por qué la América que habían concebido sus grandes y extraordinarios emancipadores se apartaba tanto de la penosa realidad que presentaban casi una veintena de republicas divididas, débiles y empobrecidas.

Había leído muchas biografías de Bolívar y sentía una profunda simpatía hacia la vida y la obra de aquel hombre extraordinario. Naturalmente que no podía entonces analizar sino de una manera muy simple el fenómeno, con una concepción realmente idealista de la historia. Me imaginaba aquello resultado de traiciones, las perfidias humanas, políticos corrompidos, militares ambiciosos, y en cierto sentido transportaba mecánicamente a la situación de los distintos países la imagen que tenía del cuadro de nuestra propia política nacional, saturada de esos ejemplos. No estaba capacitado por aquellos días para comprender el fenómeno imperialista en su forma cruda y real, y su influencia decisiva en la suerte de nuestras naciones latinoamericanas.

Sin embargo, de la lectura y del estudio de los escritos y discursos de martí -al que también por aquella época leía incansablemente- y de las historias recientes de las intervenciones militares de Estados Unidos, no solo en nuestro país sino en numerosos países latinos para defender allí los más bastardos intereses, la colonización de Puerto Rico y el apoderamiento de una porción del territorio que ocupaba el Canal de Panamá, me hacían sentir cada vez mayores de dominio y de control, eran la causa principal e esa situación. Claro está que otras potencias imperialistas habían tenido notoria influencia en los acontecimientos.

América Latina

Me deprimía el cuadro de América Latina, dividida en numerosos Estados y Republicas débiles y empobrecidas. Tendía muy presente la prédica incesante de Martí a favor de la unión de América para defenderse del creciente expansionismo, del poderío colosal que se desarrollaba en los Estados Unidos del Norte. De una manera muy simple, a través de un razonamiento muy sencillo, yo estaba persuadido de que Estados Unidos era el gran enemigo de la Unión y del desarrollo de las naciones hispanoamericanas, que Estaos Unidos siempre habría todo lo que estuviera a su alcance para mantener esa debilidad y esa división sobre las cuales ellos realizaban su política de manejar a su antojo la suerte de nuestros pueblos.

¿A qué lo atribuía? A la maldad de los hombres, no a las consecuencias de un sistema, no a las consecuencias de un determinado sistema social, no a un producto de la historia. Sentía fuertes simpatías por el pueblo puertorriqueño, por sus afanes frustrados de independencia; veía en la historia del Canal de Panamá un acto e despojo y de piratería contra la nación colombiana y contra la porción de aquella nación constituida por el propio pueblo de Panamá; sentía un profundo repudio por la política brutal que había despojado a México de una considerabilísima y extraordinariamente rica porción de su territorio.

Por otra parte, subsistían posesiones coloniales de potencias europeas. Un número de nuestros países vivían subyugados por las tiranías militares que a nosotros nos recordaban los años sombríos de Batista en sus primeros 11 años de gobierno.

Y como estudiante que era, pensaba que era necesario comenzar a hacer algo y que los estudiantes podían jugar un papel en la lucha contra aquello. Aquellas cosas en aquel tiempo constituían algo así como un primitivo e incipiente programa revolucionario.

En Bogotá



Expuse la idea a un grupo de dirigentes universitarios de que la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba organizara un Congreso Latinoamericano de Estudiantes, que coincidiera, precisamente, con la Conferencia de la Organización de Estados Americanos en Bogotá.

Pero tenía la impresión de que se reunían allí los representantes de los gobiernos corrompidos, saqueadores, politiqueros venales al estilo de los nuestros cuando no los emisarios de las satrapías sanguinarias; el propio repudio que sentíamos nosotros hacia el Gobierno de Grau San Martín, representante y exponente de la frustración de una increíble descomposición administrativa nos daba una idea de quiénes se iban a reunir allí a nombre de los pueblos. Y por eso pensamos que debían los estudiantes reunirse también con mucho más legítimo derecho a nombre de los verdaderos pueblos.

La hostilidad que Estados Unidos manifestaba hacia el movimiento peronista hacía instintivamente mirar con cierta simpatía hacia Perón, hacia su movimiento. Por aquellos días circularon entre los estudiantes numerosos folletos con discursos de Perón dirigidos a los trabajadores, sus alegados nacionalistas, sus apelaciones a las masas, su lucha contra los oligarcas. Esos discursos ejercían en nosotros alguna atracción, aunque con muchas reservas producto del carácter caudillista y militarista con que la inmensa mayoría e nuestros periódicos -copiando las consignas de Estados Unidos- habían estado inculcando durante años en nosotros, lo cual chocaba ciertamente, por otro lado, con el apasionado sentimiento constitucionalista y democrático de nosotros como estudiantes.

Aún todavía para nosotros la democracia era una mágica palabra. En su nombre se había derramado la sangre de millones de hombres en los campos de batalla en una guerra cuyas incidencias leíamos con el apasionante interés de los muchachos por la historia y por la época, con toda nuestra simpatía al lado de los que luchaban en nombre de esa democracia, horrorizados por las barbaries del nazismo. En su nombre se congregaban alrededor de nuestros Comités universitarios incontables exilados de todos los confines del Continente.

De la democracia griega habíamos estado leyendo las mayores apologías en todos los libros de historia de las escuelas y de los institutos, sin que a nadie se le hubiese ocurrido indicarnos que aquella democracia se sustentaba sobre las espaldas de decenas de miles de esclavos y el trabajo de las masas de ciudadanos desprovistos de los derechos a participar en el ágora pública: de la misma manera que todavía no comprendíamos que esta llamada democracia contemporánea se asentaba también sobre las espaldas no de decenas de miles, sino de millones de hombres igualmente esclavizados en las ciudades y los campos, cuyos derechos de igualdad y de libertad solo figuraban en los textos manoseados de nuestras constituciones democrático-burguesas. Pero, en fin, estábamos dispuestos a dar la vida por esa democracia.

En marcha

Hicimos contacto con algunos delegados del Movimiento peronista que por aquellos días visitaban a Cuba, quienes se interesaron por el programa que nosotros queríamos plantear en la reunión estudiantil, en el que estaba la lucha contra la subsistencia del coloniaje en Estados Unidos, que incluía entre otras las Islas Malvinas, en las que estaba interesado el gobierno argentino. En consecuencia, en coordinación con ellos organizamos el Congreso. Ellos se comprometieron a movilizar los centros estudiantiles de las zonas donde tenían más relaciones, nosotros a su vez enviamos delegaciones a Centroamérica, y partimos hacia Colombia, pasando primero por Panamá y Venezuela.

En Panamá nos reunimos con los estudiantes universitarios, que por aquellos días estaban en plena efervescencia a consecuencia de las luchas a favor de los derechos de Panamá con relación al Canal, en las que habían resultado algunas víctimas, entre ellas un joven inválido de un balazo que fue convertido en bandera de los estudiantes panameños.

Me admiró el fuerte sentimiento antiimperialista de aquel centro universitario, mucho más desarrollado políticamente que nuestra propia Universidad de La Habana. Obtuvimos su apoyo para el Congreso.

Durante nuestra estancia en ese país, la cosa que más me impresionó fue el espectáculo de las calles de la capital, contiguas a la Base Naval, que desembocaban en la zona del canal, que eran un conjunto interminable de prostíbulos, cabarets, bares, night clubs, centros de diversión. Aquello causó en mí una impresión deprimente e inolvidable.

Hice un recorrido por aquellas calles, y en medio de aquello, que era para mí la estampa viva de lo que los canales las bases y las instalaciones norteamericanas significan para los pueblos, y en medio de toda aquella impresión, una anécdota que venía a gravitar sobre nuestros ya apesadumbrados ánimos:

Las mujeres cubanas eran tenidas por las más bellas de todas, de modo que muchas mujeres de distinta procedencia se hacían llamar cubanas, esto aparte de las cientos y tal vez miles de cubanas que allí ejercían la prostitución, arrastradas hacia aquella penosa profesión por traficantes internacionales de mujeres que llevaban de nuestra isla a Panamá barcazas cargadas de ellas. ¡Hasta la zona del famosísimo Canal de Panamá iban a parar las hijas de las familias humildes que los burgueses cubanos, con su sistema de corrupción, desempleo, desesperación y hambre, convertían en prostitutas!

¡Cuánto dolor sentí al pensar que solo por aquellas razones era muy estimada y conocida Cuba fuera de sus fronteras! ¡Y así eran conceptuadas en el exterior por lo general las mujeres de un país que en los días de la Revolución que estaba por venía dieran tan extraordinarias pruebas de entusiasmo patriótico y virtudes morales!

De Panamá nos trasladamos a Venezuela, conmovida todavía por el movimiento revolucionario que derrotó a la tiranía, donde obtuvimos también el apoyo de los estudiantes universitarios para la Conferencia estudiantil de Bogotá.

Con Gallegos

Recién había asumido la presidencia el destacado escritor Rómulo Gallegos. Nosotros tuvimos el propósito de conversar con él, de quien teníamos un magnífico concepto. A tal efecto le solicitamos una entrevista, la que se nos concedió para el otro día. Dicha entrevista fue solicitada directamente a su familia en una casa que poseían en La Guaira y me impresionó muy favorablemente la ausencia de centinelas, formalismos y protocolo; fuimos recibidos de manera simple por sus familiares, que se comunicaron por teléfono con él desde allí, porque en realidad estaba en Caracas, concediéndonos la entrevista para el día siguiente, la que no pudo efectuarse porque temprano debíamos tomar el avión en el aeropuerto de Maiquetía hacia Colombia.

En Colombia nos reunimos inmediatamente con lo estudiantes universitarios, el 80 por ciento de los cuales militaba n las filas del Partido Liberal dirigido por Jorge Eliécer Gaitán. El ambiente era francamente progresista e igualmente antiimperialista. El Partido Comunista era una organización que tenía aproximadamente diez mil miembros, luchaba en condiciones difícil y no podía decidir mucho en los acontecimientos.

La idea del Congreso mientras se celebraba la Conferencia tuvo entusiasta acogida y se dieron a la tarea inmediata de hacer todos los preparativos. Comenzaron a llegar los representantes de otras universidades, celebramos varias reuniones preliminares discutiendo el programa, que incluía todos los puntos a que me referí anteriormente: la lucha contra las dictaduras militares, la independencia de Puerto Rico (o nacionalización, no me acuerdo), cese de los territorios coloniales en la América latina y la organización de una Federación Latinoamericana de Estudiantes.

Allí se suscitó una pequeña cuestión de jurisdicción. Aun cuando yo no era presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba, sino solo de la Esuela de Derecho de la Universidad de La Habana, y aun cuando en nuestra delegación iba también el presidente de nuestra Federación, los delegados reunidos en aquellas sesiones preliminares me habían designado presidente de aquellas reuniones.

Estando ya nosotros allí se integró a nuestra delegación el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, joven anodino que en nada se había interesado por aquel esfuerzo y solo se incorporó cuando vio que estaba marchando exitosamente. Como se creara una situación embarazosa (él tenía más jerarquía que yo dentro de los estudiantes de La Habana), se planteó si debía seguir yo o él presidiendo las reuniones.

Recuerdo haberles explicado a los distintos delegados reunidos allí que yo no tenía ningún interés por aquello, que solo me interesaba el éxito de lo que se estaba haciendo, que yo sabía bien la historia de América, cómo los hombres que más lucharon terminaron su vida en el olvido, con méritos infinitamente mayores que los que nosotros pudiéramos alcanzar, que no esperaba honores en le cargo, no luchaba por honores en le cargo.

Con Gaitán

Nuestro entusiasmo crecía de punto al expresarnos los representantes de los estudiantes colombianos, la posibilidad de que Gaitán inaugurara nuestro Congreso en la Plaza de Cundinamarca, con un acto multitudinario el mismo día que se inaugurara la Conferencia de Cancilleres.

Para conocer a Gaitán, y para hacerle la invitación formalmente, los estudiantes me invitaron a visitarlo en su despacho en su despacho, a donde yo me trasladé -no recuerdo exactamente la calle-. Nos recibió en su oficina el día 7 de abril, nos entrevistamos con él; nos trató con gran amabilidad, nos habló con simpatía de lo que estábamos haciendo. Nos entregó distintos folletos contentivos de sus discursos, entre ellos una preciosa pieza oratoria: "Oración por la paz", que pronunciara en semanas pasadas recientes, después de un gigantesco desfile de masas, en protesta contra los asesinatos que se venían cometiendo en todo el país contra sus partidarios.

Leí aquel discurso con sumo interés, lo cual junto a las noticias sobre la fuerza de su movimiento, el triunfo absolutamente mayoritario obtenido en elecciones parlamentarias recientes, la magnitud de sus actos de masas y la simpatía de lo que estábamos haciendo. Nos entregó distintos folletos contentivos de sus ideas. Lo que proponía aquel hombre, me convenció de que representaba en aquel entonces una fuerza realmente progresista en Colombia, y que su triunfo sobre la oligarquía estaba por descontado.

Nos invitó a reunirnos otra vez dos días después a las dos de la tarde: tres horas, precisamente, después de su trágico e incalificable asesinato.

Gaitán no solamente tenía un enorme arraigo entre las masas; tenía también grandes simpatías en el propio ejército de Colombia. Allí estaba surgiendo considerablemente un factor por aquellos días: era su defensa de un teniente del ejército, que al parecer en un acto de defensa propia había dado muerte a un policía (o algo por el estilo: a un funcionario o a un policía, no recuerdo exactamente bien).

Como este oficial tenía antecedentes liberales, y al parecer la situación política estaba influyendo en el proceso, el juicio se convirtió en un acontecimiento de gran trascendencia. Gaitán era su abogado defensor; las audiencias eran transmitidas por radio y escuchadas virtualmente en todos los cuarteles de la República. Invitados por los estudiantes asistimos a una de las sesiones del juicio. Gaitán, con extraordinaria habilidad, defendía tanto desde el punto de vista penal como político al acusado, que se había convertido en algo así como un Dreyfus de los militares.

No es de extrañar, pues, que la oligarquía colombiana, en medio de una ola de sangre, fraguara el asesinato de aquel formidable adversario al que realmente temían.

El 9 de abril de 1948

El día 9 de abril salimos nosotros del hotel donde nos hospedábamos a recorrer la ciudad antes de almorzar, y en espera de la entrevista que tendríamos por la tarde. Era como las once de la mañana aproximadamente cuando gentes como enloquecidas comenzaron a correr por las calles repletas de público, gritando con ojos de indescriptible asombro: ¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán! Y así la noticia se esparció como un reguero de pólvora por toda la ciudad.

Apenas en cuestión de minutos comenzó a producirse de una manera espontánea, porque aquello no lo podía ni fraguar ni organizar nadie, una extraordinaria agitación. Se creó un estado de cólera indescriptible.

Yo me encaminé por una de las calles hacia la Plaza que está frente al Capitolio, donde precisamente se celebraba la Conferencia de Cancilleres, custodiado por un cordón de policías vestidos de azul, con bayoneta calada. La muchedumbre concentrada en el parque se aproximaba al cordón de policías que ante el impacto que le produjo aquel movimiento se deshizo en mil pedazos, penetrando el pueblo en el Capitolio sede de la Conferencia, en el que veían tal vez un símbolo que les recordaba un poder odiado.

En aquellos momentos yo, en el medio del parque, contemplaba lo que estaba sucediendo. Pero muy pronto también la gente comenzó a destruir las farolas eléctricas: piedras y cristales saltaban por doquier. Alguien desde un balcón trataba de hablar; nadie lo escuchaba ni habría podido escucharlo.

Pronto me di cuenta de que aquello que estaba desarrollándose no conducía a nada. Las vidrieras de los establecimientos comenzaban a ser destruidas; no se sabía cómo se iba a encauzar todo aquello, pero era evidente que una insurrección popular estaba en marcha.

De insurrecciones populares de aquellas características, yo no conocía más que las impresiones que en mi imaginación habían dejado los relatos de la toma de la Bastilla, y los toques a rebato de los Comités revolucionarios de París llamando al pueblo en los días más gloriosos de la Revolución. Pero allí, en aquel instante, nadie dirigía.

Decidí dirigirme a la casa donde residían dos compañeros más de la Delegación. Al atravesar una de las calles vi la primera manifestación de algo que parecía canalizado en alguna dirección: era una enorme muchedumbre, algo así como una interminable procesión, que no sé -y dudo que alguien sepa- cómo se formó, y que avanzaba hacia una estación de policía, que estaba a varias cuadras de allí. En aquella muchedumbre me enrolé; no sabía qué iba a ocurrir cuando alcanzara la estación de policía.

A las armas

Decenas de hombres con fusiles apostados en las azoteas, pero nadie disparaba. Llegamos a la entrada y las puertas se franquearon. Cientos de personas se lanzaron dentro buscando desesperadamente armas, y aunque yo estaba entre los primeros solo pude alcanzar una escopeta de gases lacrimógenos. Con ella y varias cananas de bala de ese tipo -que me imaginaba pudieran servir para algo- subí a la planta alta a tratar, si era posible, de encontrar más equipo, sobre todo algún equipo de campaña o algún arma mejor. Entré en una de las habitaciones; había allí un grupo, que después comprendí que eran oficiales completamente desmoralizados y acobardados.

Les pregunté si tenían armas o ropa de campaña, ropa militar; y, por cierto, no se me podrá olvidar que habiéndome sentado en una de las camas en disposición de ponerme unas botas militares, uno de aquellos oficiales, en medio de aquel caos, no se le ocurrió otra cosa que gritarme lleno de preocupación: "¡Mis boticas no! ¿Mis boticas no!

Salí al fin con unas botas, un capote militar y una gorra sin visera. Mientras tanto, un tiroteo descomunal tenía lugar en el patio. Bajé, y eran los primeros hombres del pueblo, armados probando sus armas al aire. En medio del patio, un oficial armado de un fusil trataba de formar una escuadra, en medio de un gran desorden. Yo me arrimé allí y también formé en la escuadra.

Cuando aquel oficial me vio con tantas cananas y la escopeta de gases lacrimógenos, se dirigió a mí, y al parecer en realidad porque tenía muchos deseos de marcharse más que otra cosa, me dijo: "¿Qué vas a hacer con todo esto? Mira, mejor dámelo y yo te entrego el fusil este". Para recibirlo, en medio de mucha gente que quería armas, tuve que forcejear duramente. Y así tuve al fin un fusil con 16 balas.

Salí del edificio y ya estaba en marcha de nuevo la multitud, armada de mil maneras distintas: unos con fusiles, otros con machetes, otros con hierros. Y aparentemente se dirigía al Palacio presidencial. Varias esquinas más adelante, se entabla un tiroteo; la muchedumbre, instintivamente, retrocede, pero a los pocos segundos como un resorte vuelve de nuevo a avanzar.

En estas circunstancias ocurren las cosas más inverosímiles. Llego a la esquina donde se había producido el tiroteo, me encuentro a dos hombres armados de fusiles en una de las esquinas, parando a la gente, desviándolas hacia otra dirección, diciendo que solo pasaran los militares. Creyendo que eran dos revolucionarios, yo me puse a ayudarlos también. Después llegué casi a la convicción de que en realidad no eran revolucionarios sino dos soldados que allí estaban -algo inconcebible e inexplicable- en un intento de poner un poco de orden dentro de aquella confusión. Aún hoy no estoy seguro si realmente eran revolucionarios o eran soldados.

Desorden

Al tratar de indagar qué ocurría, me informaron que desde un colegio, una universidad católica, habían disparado sobre la multitud y se había originado un tiroteo. Debo confesar que en aquellos tiempos yo -habiéndome educado durante muchos años en un colegio religioso- me mostraba incrédulo, no podía imaginarme a los sacerdotes disparando desde aquel edificio contra la gente. Y aún no puedo afirmar a ciencia cierta lo que ocurrió, si efectivamente se disparó o no se disparó, o si algunos militares o civiles de la oligarquía dispararon desde allí. Es lo cierto que mientras yo observaba en medio de la esquina alguien bruscamente me apartó hacia una pared. Días más tarde, sin embargo, llegué a la conclusión -vistas todas las cosas que puede observar- de que en Colombia hay sectores del clero lo suficientemente reaccionarios como para disparar sin vacilación contra el pueblo.

Grupos de estudiantes en carros altoparlantes, con los cadáveres de sus primeros compañeros muertos colocados en el techo, arengaban a la muchedumbre.

Después de que yo salí, que se produce el tiroteo, estoy en la esquina, salto para una pared, voy a la otra esquina, allí veo los primeros carros altoparlantes. Grupos de estudiantes aparecieron: pude identificar entre aquella gente a algunos estudiantes, me reuní con ellos y comenzaron a llegar noticias de que una estación de radio, que estaba en manos de los estudiantes, estaba siendo atacada por el ejército y necesitaban refuerzos. Alguien propuso que nos dirigiéramos hacia allá y allí nos dirigimos.

Cruzamos por varias calles y acertamos a pasar, entre otros, frente al edificio del Ministerio de Guerra; por la calle contraria a la que íbamos nosotros, marchaba un tanque y una compañía de soldados con cascos; no disparaban contra nadie, ignorábamos hacia dónde se dirigían y qué actitud tenían. Llegaron a una gran plaza que está en las cercanías del Edificio del Ministerio de Guerra, venían en dirección opuesta.

En ese momento, éramos un grupo de seis o siete. Como medida de precaución, nos situamos a la expectativa detrás de unos bancos del parque; mas el tanque y los soldados pasaron haciéndonos caso omiso. Cruzamos la calle y nos paramos frente al Ministerio de Guerra.

En aquel momento, aparentemente, el Ejército vacilaba, en una actitud expectante ante los acontecimientos. Recuerdo que dejándome llevar por el entusiasmo me paré en un banco, les dirigí la palabra y les hice una arenga a los soldados que estaban enfrente. Y después continuamos hacia el sitio donde se decía que estaban siendo atacados los estudiantes. Todo esto en medio de una gran confusión.

Deambulando

Cuando estábamos llegando al final de la cuadra se escucharon algunos disparos, y era que desde el Ministerio de Guerra habían salido algunos soldados a perseguirnos a nosotros. Casi no nos dimos cuenta. Ocupamos un ómnibus y nos dirigimos hacia la zona donde estaba la estación. Eramos como siete, pero con tres fusiles nada más.

Llegamos a una ancha avenida, se paró la guagua en una esquina, y los tres que teníamos fusiles avanzamos hacia la Avenida. Y a unas dos manzanas de nosotros estaba todo un grupo de caballería que era quien estaba atacando la estación. Prácticamente barrieron la avenida aquella a tiros. Nosotros nos defendimos detrás de unos bancos de aquella avenida, y cuando tuvimos oportunidad nos retiramos otra vez hacia la calle, donde estaba la guagua. Entonces, decidimos ir la Universidad para ver si había algo organizado, para tratar de informarnos si había algo en la Universidad.

Llegamos a la Ciudad Universitaria e igualmente nos encontramos un gran caos allí: nada organizado en ninguna dirección, aunque muchos estudiantes desarmados, agitados, y allí surgió la idea de salir hacia una estación de policía. Salimos hacia la estación de policía, aquella fuerza seguía contando únicamente con tres fusiles. Cuando llegamos a la estación que íbamos supuestamente a tomar, estaba afortunadamente tomada ya.

Y entonces allí hice el primer contacto con lo que parecía ser embrión de organización y de dirección en gestación, porque a la estación llegó un comandante de Policía, que estaba tratando de agrupar a las fuerzas revolucionarias que habían ocupado todas las estaciones de policía y estaban integradas por gente del pueblo y muchos policías. Hablé con él rápidamente, le expuse algunas ideas acerca de la necesidad de organizar, que si quería estaba dispuesto a ayudarlo; el hombre aceptó muy gustoso. Me invitó a ir en el jeep de él a visitar la jefatura del Partido Liberal en el centro de la ciudad.

Atravesamos la ciudad en medio de aquel caos, donde no se sabía quién era el enemigo y quién no lo era, y llegamos a la jefatura del Partido Liberal.

En la jefatura del Partido Liberal, por lo que hoy recuerdo, había algunos hombres tratando de vertebrar la organización, pero me alentaba la idea de que al fin toda aquella fuerza que surgió de manera espontánea se pudiera organizar, tuve esperanza de que eso llegara a cristalizar, se veían ya los primeros síntomas. No puedo hacerme un juicio de aquellos hombres que vi allí. Entró en un despacho el comandante, salió otra vez, y volvió a la estación de policía de donde habíamos partido.

De allí se decidió a ir nuevamente a la jefatura del Partido Liberal; ya yo lo estaba acompañando; prácticamente me había convertido en un ayudante del jefe de la policía sublevado (...)Hubo un minuto, cuando ya en horas de la madrugada, tuve tiempo de detenerme a recapacitar y pensar en la situación, en que estaba convencido de que aquella tropa estaba perdida, que si la atacaban iban a perecer todos, que estaba dirigida de una manera estúpida. Y entonces me planteé una problema de conciencia: si yo debía seguir ahí.

Pensé en Cuba, en mi familia, en muchas cosas y me pregunté si yo debía permanecer allí en esa cosa inútil. Y realmente tuve dudas. Estaba absolutamente desconectado, absolutamente solo en ese momento, ningún cubano conmigo. No me unía más con el pueblo de Colombia y con aquellos estudiantes que un simple vínculo conceptual, cuestión de conceptos, de ideas.

Y sin embargo la decisión que tomé fue quedarme, porque me dije: bueno, el pueblo es igual aquí que en Cuba, que en todas partes; aquí como en todas partes el pueblo es víctima de los crímenes, de los atropellos, de las injusticias; aquí como en todas partes la gente sufre, y aquí esta gente tiene la razón absoluta, y por lo tanto me quedo (...) La ciudad virtualmente está ardiendo; humo y fuego por todas partes (...) Allí nos encontramos con un delegado argentino que estaba muy asustado (...) le exigí que nos llevara en su carro diplomático a la embajada de Cuba (...) En realidad es increíble que no nos mataran (...) Al atravesar una calle, un niño desgarrado en llanto se acercó a mí y me dijo: 'Han matado a mi papá. Han matado a mi papá'.

Era una súplica que a mí me produjo mucho dolor; posiblemente alguna bala perdida lo había matado, pero fue una de esas cosas de las que dejan una impresión tan dolorosa de la guerra y del sufrimiento del pueblo.

No hay comentarios: