jueves, 5 de junio de 2008

¿ Obama presidente ?

Si Obama es elegido presidente de los Estados Unidos en cierta medida nos gobernará a todos, es lo que nos dice Ignacio Camacho en su habitual columna del ABC de España, la misma que nos parece muy interesante para analizar esta candidatura desde el punto de vista de la derecha española.

El Movimiento Obama


SI la candidatura presidencial de los demócratas americanos se hubiese decidido por cooptación entre los jerifaltes del partido, a estas horas la avezada y correosa Hillary Clinton estaría preparando el asalto de noviembre a la Casa Blanca. Pero cuando se le da la voz al pueblo suele demostrarse que el pueblo tiene un criterio distinto al de los que piensan por él. El éxito de Barack Hussein Obama es el de una aventura a contracorriente que ha terminado convertida, precisamente, en la imparable corriente de una aventura.
Obama es, además de negro -exactamente es mulato, pero el hecho de que no sea blanco es lo que constituye un salto cualitativo-, inexperto, hueco y un poco antisistema, pero su magnetismo oratorio y su discurso de cambio han crecido desde una suave oleada hasta un maremoto político. No es sólo un candidato: es un movimiento. Un movimiento de contestación y de rebeldía que ha conectado con amplias capas sociales para sacudir a una sociedad cansada de la esclerosis de su abotargada dirigencia pública. Obama atrae a muchos negros, pero también a jóvenes blancos y a votantes urbanos maduros desengañados de la política tradicional, abstencionistas habituales que se han movilizado hasta las urnas decididos a dar un salto al vacío. Porque, en el fondo, nadie sabe lo que hay detrás de su vaga propuesta de regeneracionismo idealista. Simplemente, la gente se ha enganchado a ese optimismo contagioso que recuerda bastante a la vacua retórica buenista de Zapatero. Aunque ya quisiera ZP el empaque carismático de este demiurgo que embruja y galvaniza a las masas cuando se sube a una tribuna.
Este fenómeno de «outsider» capaz de fascinar con un solo eslogan puede romper las barreras electorales de Washington o estrellarse en ellas como un novato aprendiz de ilusionista, aunque todo apunta a que su hechizo se prolongará al menos hasta el primer martes después del primer lunes de noviembre. Luego tendrá que gobernar la primera potencia del mundo, aprendiendo la seca y pragmática prosa del poder, y entonces puede que no le sirva su lírica seductora, pero para ese momento el salto al vacío ya se habrá producido. La incógnita del Obama presidente sólo puede resolverse cuando lo sea, y por ahora parece que sus conciudadanos están tan hartos que no temen la pirueta de una peripecia tan incierta como sugerente. El encanto del mito, la hipnosis del cambio.
La aventura promete tanto como inquieta, porque al presidente de Estados Unidos lo eligen los estadounidenses pero en cierta forma nos acaba gobernando a todos, aunque en Europa Obama ganaría de calle; hoy por hoy, el factor más interesante de ese proceso es el de la fuerza contagiosa de un proyecto experimental que ha arrasado las convenciones de la política a partir de un sistema abierto a todos los riesgos y virtudes de la libertad. Por lo que tiene de grandeza democrática: un pueblo dueño, para bien y para mal, de su palabra y de su destino.

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