El Congreso de la República está eligiendo su nueva mesa divertida, perdón, directiva. Para ello los señores representantes se vienen reuniendo con sus "líderes" para determinar con quien hay que aliarse y con quién no. Prima el efecto primario del toma que te daré. No es una agenda principista ni un conjunto de iniciativas lo que se discute. Es el afán de figurar, de protagonizar, de formar parte de la Mesa Directiva del Congreso, entidad que, según las encuestas, no representa al pueblo peruano.
Las recientes declaraciones de los voceros parlamentarios demuestra dos cosas fundamentalmente: uno, el nivel de nuestros congresistas, muy por debajo de la línea intelectual y política latinoamericana y dos, la debilidad de los partidos políticos, que tienen que unirse en torno a aspectos coyunturales y no de Estado, como debe corresponder al llamado Primer Poder. A lo largo de la legislatura que acaba el Congreso ha sido pródigo en escándalos y también en dedicar grandes esfuerzos a pequeños, pequeñísimos temas. Se ha privilegiado, desde la Mesa Directiva, la exposición mediática y se ha descuidado la institucionalidad. Producto de ello la nueva Mesa Directiva hereda un Congreso desprestigiado, una institución debilitada, un Parlamento sin voluntad y que se deja llevar por la marea de los titulares periodísticos del momento. Lejanos, muy lejanos están los tiempos en que a la Presidencia del Congreso llegaban los políticos como reconocimiento a su trayectoria. Hoy se llega en base a la componenda, al intercambio de favores, a la repartija política. El APRA con su actitud y vocación totalitaria ha contaminado una vez más lo que debe ser un correcto proceso de búsquedas de consenso. Por eso no interesa en verdad quien gane la Presidencia de dicho poder del Estado. No interesa no sólo porque es una entidad desprestigiada sino porque ya no representa al actual mapa político del país.
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