martes, 28 de agosto de 2007

Competitividad bruta, competitividad neta

Con un juego de palabras, la señora Mercedes Araoz nos dice que nuestro país será más competitivo porque han identificado tres sectores de punta: el forestal, la lana y el algodón para confecciones y el turismo y la artesanía.
Es decir mejoraremos nuestra posición en el ranking mundial de competitividad haciendo lo que dejaron de hacer Finlandia (que mientras era primario priorizaba lo forestal), Nueva Zelanda (que mientras era básico priorizaba lo lanar) y Costa Rica (que dejó de darle prioridades al turismo para buscar valor a través del conocimiento), todos ellos países muy competitivos.
La señora Mercedes Araoz trafica con la ignorancia generalizada. Su discurso es bien recibido en un ambiente poco reflexivo donde los valores van por el lado de la forma y no el fondo, el oir pero no escuchar.
Ya en el Plan Nacional de Competitividad aprobado en el año 2005 se indicó la necesidad de articular mejoras en los procesos productivos a partir de reformas en lo educativo, mejoras de la infraestructura, modernización laboral, capacitación a trabajadores, reforma tributaria, transferencia de tecnologías, entre otros.
En dicho Plan se plantearon objetivos nacionales de competitividad en materia de medio ambiente, institucionalidad, productividad y tecnologías de información.
Nada de eso se está siguiendo. El gobierno del Dr. García sigue tratando de inventar la pólvora causándole un grave daño al país, pues el tiempo no se recupera.
La Competitividad no se logra de la noche a la mañana. La propia señora Mercedes Araoz sabe que en este gobierno a la fecha no se ha hecho ni una sola reforma sustantiva a pesar de haber tenido todo a favor, y que hasta la llamada agenda interna, el TLC hacia adentro del que hablaba hace 4 años el profesor Eduardo Morón de la Universidad del Pacífico, a la fecha no se ha realizado.
Seguramente será también un caso para el "pacto social".
Lo cierto es que este reduccionismo del cual hacen gala nuestros altos funcionarios demuestran dos cosas: no tomar en cuenta la inteligencia de los peruanos y la permanente y nociva actitud de una clase política acrítica que acepta con resignación lo que le dicen. ¿El resultado? un debate público de muy mala calidad, que genera políticas muy pobres, sin beneficio para el país.