Rosa Díez es una distinguida política española con una trayectoria de más de 30 años en el PSOE. Diferencias en "valores e ideas" la han obligado a renunciar "con dolor" a su agrupación. Se va porque tendría que fingir para defender ideas que no comparte. Un alejamiento así es noticia en España, como sería en Italia e Inglaterra, en Chile y México, en Estados Unidos y en Japón. No aquí. Aquí la renuncia a un partido es comprendido, es la normalidad.
No se puede llamar a una renuncia por conflicto de valores transfuguismo. En esas circunstancias, la de la incompatibilidad de ideas, es completamente válida la renuncia y el alejamiento. Pero lo que marca la tremenda diferencia con las renuncias pintorescas que suceden, a cada momento, en nuestro país es que Rosa Díez no sólo renuncia a su partido sino a su representación en el Parlamento Europeo, es decir renuncia a su curul, a su escaño. No estaba obligada a hacerlo. Lo hizo por decoro, ética e integridad política.
Qué tremenda diferencia con nuestra "clase política" tan venida a menos. Conjunto de personajes (no personalidades) que han hecho de la política una actividad devaluada, una forma de ser simples representantes de los intereses económicos o de grupo.
En nuestro país si un sujeto se aleja por una mejor oferta (que suele ser una prebenda), dependiendo del sujeto y de la organización hasta se festeja. Así sucedió por ejemplo con esos extraños ciudadanos que se alejaron del Partido Nacionalista y formaron su agrupación "democrática" y así sucede con ese monumento al transfuguismo que es la UPP de Aldo Estrada.
Es cierto que mientras en España hay un sistema de partidos aquí no lo hay. Por otro lado es absolutamente falso que en Perú haya por lo menos un partido político que obedezca al sentido de lo político. Hay agrupaciones, eso sí, algunas con un sentido místico del manejo de la disciplina, al estilo de las islas del Sur de Italia, pero partidos políticos eso no hay, en nuestro país no.
No hay debates en torno a ideas centrales, con diversos matices ideológicos. No hay discusiones sobre distintas posiciones que definan una política pública. No hay confrontación. No se entiende el conflicto como parte inherente a la política. Aquí todos son muy amigos: ni siquiera hay el talante para contestar con contundencia política una afrenta.
¿A qué se de debe? De repente a que más de un personaje es más empleado de un poder fáctico que defensor de una corriente ideológica. Es la devaluación de la política, que mientras no se revierta va a hacer un terrible daño a nuestro país.