sábado, 22 de septiembre de 2007

El silencio de Alan García

A pesar de ser un triunfo del Estado peruano el presidente García permanece en silencio. Un silencio que no es consecuencia de la prudencia sino del espanto que invade cuando uno ve un futuro negro en la bola de cristal.
Desde el inicio de su segundo mandato García ha visto en la confrontación un estilo de gobernar. Confiando en la ausencia de crítica en los medios y de fiscalización en la oposición, Alan García procedió a desmontar la estructura jurídica de la lucha contra la corrupción.
Nombró a un jefe de procuradores como Moisés Tambini absolutamente cuestionado, ha logrado una mayoría de facto en el Tribunal Constitucional, ha cooptado a parlamentarios sin criterio y dispuestos a cambiar de camiseta por poca cosa, y, a través de previsibles presiones al Poder Judicial, ha logrado la prescripción de Agustín Mantilla y beneficios para él mismo en el caso de El Frontón.
Ahora se da cuenta que la impunidad eterna no existe. García, el de la frase "en política no hay que ser ingenuo" ha sido ingenuo una y mil veces en este gobierno. Le creyó a Rangel hace ocho meses y le creyó a los chilenos en todo este tiempo, y se equivocó. La política de verdad no se maneja con sus códigos, simplistas y que defienden intereses particulares. La gran política se consagra en la defensa de principios y más aún en función de los intereses de Estado.
Ahora, el presidente de las elocuencias y de las apariencias, se encuentra mudo.
No sabe qué decir.
Le teme al futuro.
Sabe, que hay más de una similitud con Alberto Fujimori.
Y sabe, por sobre todas las cosas, que la política es pendular.
Y en el retorno del pendulo él tendrá muchas cuentas que pagar.