Durante el tiempo que estudié en Bogotá, me llamaba la atención la forma casi reverencial con que la gente de origen y vida más humilde trataban al narcotraficante Pablo Escobar. Para ellos no valían los argumentos de la policía y la política, en el sentido que era un asesino, corruptor y narcotraficante. Simplemente lo perdonaban porque les daba que comer, monedas para vivir y no dudaba en dar trabajo al mundillo del hampa. Es decir el clientelismo llevado a su más nefasta expresión.
Pablo Escobar penetró la política a través de partidos, congresistas y al mismo ejecutivo. El poder del dinero lo podía todo. Dejar a los partidos políticos sin financiamiento público le costó mucho más caro a Colombia: muchos movimientos cayeron en manos de los narcos. El sujeto que llegó a ser la séptima fortuna del mundo se jactaba de controlar y poseer a varios políticos. Pablo Escobar asistió como parlamentario a la toma de mando de Felipe Gonzáles en 1982.
El Mataniños, el tipo que asesinó a más de 10,000 personas hoy es motivo de un nuevo libro, que origina un excelente reportaje que presenta El País de España.
Es interesante leerlo, más aún cuando en Perú, por diversas razones todavía no entendemos las dimensiones monstruosas a las que puede llegar el narcotráfico y que sufren países como México y Colombia.
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