El deterioro institucional sigue imparable. Una muestra es la reciente elección de magistrados al Tribunal Constitucional. Si como se sabe la mediocridad es casi sinónimo de promedio podríamos asegurar que el renovado Tribunal Constitucional es técnicamente mediocre.
Poblado de juristas de la Universidad favorita del gobierno es decir la San Martín de Porres, nada garantiza que este tribunal se maneje con independencia.
No sería la primera vez que el tribunal se convierte en un apéndice del Ejecutivo. Ya sucedió durante el primer gobierno de Alan García. Como recordamos en ese entonces, al irse García, dejó a Fujimori un tribunal aprista dedicado a entorpecer la labor del nuevo gobierno. Tanto fue así que Fujimori lo usó como uno de los pretextos del golpe.
Ahora García repite la táctica: un tribunal repleto de empleados de la San Martín o de su suplente la Garcilazo hecho a su medida, la de la manipulación. ¿O alguien cree que la terna propuesta por Javier Velasquez Quesquén no tenía el visto bueno de Palacio?.
En esta elección culpable, culpable no es el APRA. También tiene culpabilidad el resto de miembros del parlamento. La mal llamada "oposición", que en su juego infantil del "toma y daca" no ve la consecuencia de sus acciones. La verdad es que pocas veces se ha visto tan poco oficio político en esta mal llamada "oposición".
Un Tribunal a la medida puede ser muy útil. Sobre todo cuando uno tiene acusaciones de crímenes de lesa humanidad o de atentados contra los derechos humanos.
Un Tribunal a la medida también suele ser muy conveniente. Sobre todo si uno requiere de interpretaciones auténticas que favorezcan, por ejemplo, la reelección.
No estoy dentro del grupo ingenuo que brinda el beneficio de la duda a los nuevos magistrados. De ingenuidad está empedrado el camino de la impunidad y la corrupción en el país.
Más bien pienso que el APRA, gracias a una oposición que no entiende su función, que no aprende, sin temperamento político ni sentido de futuro, está cumpliendo uno a uno sus objetivos que la lleven a perpetuarse en el poder o a cederlo a un socio, a un cómplice, obviamente del bando fujimontesinista.